Hace un par de años estuve trabajando de locutora en una emisora inglesa ubicada cerca de Loughborough, una ciudad cuyo nombre suena a Lufbra aunque si eres español da igual cómo lo pronuncies porque ningún loughboroughes te va a entender en la vida. El caso es que comenzaba yo a hacer mis pinitos en la radio tras los micrófonos de Hermitage FM cuando bajé dos días a Santander y, de la que volvía en mi alegre Ryanair, perdí por medio minuto el autobús que debía llevarme de Londres a mi ciudad. Estoy segura de que fue medio minuto, no más. De hecho vi al autocar salir de Victoria Station.
Ni qué decir tiene que por aquel entonces mi presupuesto no era abundante. Gastarme un gritón de euros en un autobús pasando la noche mitad tirada en la estación, mitad apalancada en un autobús me apetecía lo mismo que chupar un candao. Encima llegaría tarde a trabajar, con la ropa del viaje, la mochila a cuestas y reventada. El plan pintaba mal. Necesitaba una alternativa.
Total, que cojo todos mis trastos y me planto en la ventanilla de billetes con la mejor de mis sonrisas, pongo ojitos de no haber roto un plato en mi vida y le empiezo a soltar un rollo que no veas al dependiente, un tipo calvo, de unos 40 y tantos, con cara de pocos amigos. Le digo que qué desgracia, que mira lo que me ha pasado, que necesito llegar a Loughborough como sea. El tipo me dice que en una hora por 40 euros me puede dar un billete a Leicester, la localidad grande más cercana a la mía.
Gastarme 40 pavos en un billete a Leicester más el taxi posterior tampoco sonaba demasiado prometedor pero era Leicester o pasarme la noche en Victoria Station. Qué pereza. Vale, acepto Leicester, pero 40 euros ni loca. Total que le empiezo a decir que claro que si no me puede cambiar el billete, que ya he pagado uno, que qué desgracia, que mira lo que me ha pasado, que si soy pobre como una rata, que si bla, bla, bla.
A esto que el señor me interrumpe y me dice superserio “eres española, ¿verdad?”. Yo le digo que si, qué remedio, ya estamos los españoles dando la nota por el mundo para variar. Entonces al hombre se le ilumina la cara y me dice que qué partidazo el del otro día –era 2010, ya sabéis, el año del Mundial– que él era de Marruecos, de Tánger, pero muy fan de nuestra selección. “Ah, yo estuve en Tánger, me encantó Asilah, es el sitio más bonito del mundo”, exagero cual andaluza en feria a ver si me hago su amiga y me arregla la vida –aunque cierto es que Asilah me gustó mucho–.
“Oh, Asilah es precioso, pero nosotros hemos pasado muchas vacaciones en España”, me contesta el hombre. Esta es la mía. “Anda, ¿y eso? ¿En qué parte de España?” “Pues en Bilbao”, me contesta. “¡Pero si mi padre es de Bilbao!”, digo yo. “¡Pues mi mujer también!”, contesta él más feliz que un regaliz. ¡Toma! Esta sí que es la mía. “¡Pues mi padre es de Santutxu!”. “¡Pues mi mujer de Algorta!”. Aceptamos pulpo, no era momento de entrar a discutir si Algorta forma parte o no del Gran Bilbao. Nimiedades, de hecho a estas alturas de la película si hubiera dicho Pamplona me hubiese valido igual.
“Mira, ten, he encontrado este billete para Leicester por 10 euros. Llama a algún amigo para que te vaya a recoger”, y el señor marroquí me entrega un billete con una sonrisa de oreja a oreja aunque no más grande que la mía. “Pero no pierdas el coche esta vez, ¿eh?”. Y así es como se consiguen autobuses baratos en Londres si tu padre es de Bilbao.
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Jajaja! Buenísimo, hasta te he puesto voz e imaginado tus caras leyéndolo 😀
Ja ja ja. Gracias Victor 😉
Bueno… realmente es que Londres son las afueras de Bilbao…no??
Uno de Bilbao diría que si xD
Pero que encanto sabes ponerle hasta a la situación más corriente, así es como es posible abrirse camino por el mundo y llegar a cualquier parte como tú haces, bravo por tu periodismo de calle y por tu personalidad, que ya quisiera yo transmitir a mi hija. Bravo.
Seguro que tu hija aprende a abrirse camino fantásticamente bien Jasa, ¡ya lo verás! Por lo demás, muchas gracias por tus cumplidos aunque yo no llamaría a esto periodismo, más bien ‘aventurilla’ personal 😉
Buenísimo, a mi me paso algo parecido cuando fuimos a Francia, en la estación de autobuses intente en mi poco inglés hacerme entender con la de la taquilla, a las dos palabras me dice española ,no? Si, luego descubrí que por la parte de la costa Azul dan el español como tercer idioma, asi que muchos hablaban unas cuantas palabras, asi que me solucionó la vida.
A mi en París me pasó que, hablando con un abuelito en mi chapurrero francés (bueno, más bien en el chapurrero francés de mi acompañante), ¡el hombre resultó ser español! Y más majo que las pesetas. De todas formas si algo he aprendido Alicia es que al final, con educación y un poco de cara, uno se hace entender en cualquier idioma 😉