Aunque Víctor Hugo recomendara “al primer hombre de espíritu” bombardear su “horroroso” Teatro Principal (sito en la celébre Plaza del Castillo), Pamplona es una ciudad que merece la pena visitar, en fiestas o sin ellas, tanto da, pues en toda época cuenta con cientos de atractivos diferentes. Si allí acabas fuera del periodo festivo encontrarás calles inmaculadas las 24 horas del día, sabrosos fritos que regar con cerveza o vino de la tierra (cobrados a veces a precio de oro), grandes parques donde escapar del ruido de los coches, librerías alternativas escondidas entre adoquines, y preciosas rutas encaladas en cañones a las que no es difícil llegar (siempre y cuando tengas coche).
Medio en serio medio en broma, un amigo mío estaba convencido de que la capital de Navarra “no existía después de San Fermines, que desaparecía hasta el año siguiente en una especie de limbo”. Como veréis no podría estar más equivocado pues en Pamplona hay vida más allá de San Fermín. Bastante vida de hecho. ¿Quieres saber más? Echa echa un ojo a lo que viene a continuación o, mejor aún, ¡vete a verlo en persona en cuanto tengas oportunidad!
Me es muy difícil pasar frente a la fachada del Ayuntamiento de Pamplona y no gritar Viva San Fermín (o Gora San Fermín, lo mismo pero en euskera). Desde este balcón se lanza anualmente el cohete que marca el inicio de la fiesta que viste de rojo y blanco la ciudad. Y sí, en su plaza (¡que parece mucho más grande en la tele!) se congregan miles de personas para ver el feliz acontecimiento.
¿Sabías que la ciudad de Pamplona es el resultado de la unión de tres barrios de distinto origen? Concretamente de los distritos de Navarrería (el más antiguo, poblado por navarros originales y vascones); San Nicolás (habitado por una mezcla de franceses, castellanos, y vascones extraviaos –lo de extraviaos lo digo yo–); y San Cernin (de cuño francés). Una vez estos tres asentamiento fueron independientes, cada uno encerrado en sus murallas, hasta que en el siglo XV vino un rey, dijo que se acabó la tontería y les echó a bajo sus defensas. Un cachito de la muralla de la Ciudadela, sólo ‘tomada’ una vez durante una pelea de bolas de nieve, es lo que estás viendo en la imagen.
Pamplona está hermanada con Bayona (Francia, 1960), Paderborn (Alemania, 1992), Pamplona (Colombia, 2001), y ¡Yamaguchi (Japón, 1980)! ¿Y qué mejor forma que construir un gran jardín según los criterios nipones para conmemorar esta relación? Este pulmón verde que rodean las avenidas de Barañain, Sancho Ramírez, Azella y la calle La Rioja, es un excelente lugar para leer y relajarse, en verano preferiblemente bajo uno de sus árboles o junto a unas de sus fuentes para no acabar achicharrado.
Caballo Blanco, en la parte alta de Navarrería, es una excelente elección para acabar la tarde. Si es jueves, ¡enhorabuena! Probablemente encuentres un concierto al aire libre. El ambiente es inmejorable y, generalmente, la temperatura también (si es verano). No obstante, si eres friolero no olvides llevar una chaquetita.
La puerta de este bar y sus mensajes no es que aporten mucho, ¡pero es que la calle Navarrería no me cabía en Instagram! Buen barrio este, perfecto si uno busca sentarse a conversar en la calle cualquier noche de la semana, cerveza y frito en mano, sin que nadie le venga a multar. Si andáis por aquí os recomiendo probar el pimiento del Cordobilla o, si os atrevéis, sus calamares tamaño “se podría bailar el Hula Hop” y su enorme tortilla.
¿Quién pensaría que un establecimiento que se llama La Hormiga Atómica fuera a estar lleno de libros? Así de originales han querido ser los dueños de este café-librería en el que encontrarás un montón de joyas de la literatura clásica y aún muchos más ejemplares bastante más singulares (de editoriales chiquitas o no muy desconocidas). Seguro que están encantados de que les visites en Curia 4, pidas un té y te sientes a tomarlo en su terraza mientras te sumerges en tus recién adquiridas letras.
Olite es una localidad situada a poco más de 40 kilómetros de Pamplona. Su encanto medieval bien merece una vista o dos. Si tenéis suerte de andar por estas tierras durante su Festival de Teatro Clásico reserva entrada para una función. Las obras se representan en el patio de su Castillo, a cielo abierto. Un marco incomparable: actores sobre las tablas y estrellas –si no hay nubes– abrigando el escenario. Merece mucho la pena y los precios son más que razonables (desde 5 euros).
¿Quieres excursión? Madruga para recorrer la Foz de Lumbier, un bello desfiladero con una senda de dificultad mínima que discurre junto al río Irati por el lugar que antes atravesaron las vías del tren. Tendrás oportunidad de pasar los oscuros túneles por los que antes circulaban las locomotoras (en momentos puntuales no se ve nada) y de tumbarte sobre las rocas a tomar el sol en lo que muchos pomposos llamarían playa de piedra.
Si te parece que hace mucho calor para andar (y si es verano y te han dado las 11 de la mañana en la cama probablemente lo hará) coge el coche y acércate hasta el mirador de la Foz de Arbaiun (muy cerquita de la de Lumbier, si estás rápido puedes ir a las dos en la misma mañana). Como ves, la vista de pájaro del desfiladero casi deja sin aliento.
(*) Artículo dedicado a Paula Vilella y Dani Burgui, dos grandísimos contadores de historias con un corazón de oro que tuvieron a bien descubrirme los secretos de su tierra (y que casi no me coaccionaron para que escribiera sobre ella 😉 ).
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La verdad es que Pamplona bien merece una visita :)…
Un beso guapa,
Vero.