Cómo sobrevivir si te pierdes en mitad de la campiña inglesa de noche

Tenía yo 20 años y era aún más pava que ahora. Por primera vez viajaba al extranjero, y no por turismo precisamente. Mi intención era hacer dinero, cuanto más rápido mejor, así que decidí irme a trabajar a un hotel de Hindon, un pueblo de 500 habitantes en mitad de Wilthshire, en la Inglaterra profunda. Conseguí el contacto del hotel-restaurante The Lamb Inn gracias una amiga que había estado trabajando allí el año anterior, llamé por teléfono después de una carta y un e-mail sin respuesta, y un tipo llamado Nick en un inglés muy correcto me dijo, si, si, vente para acá sobre el 1 de agosto. Y sobre el 1 de agosto de 2002 para allá que me fui.

Cómo ir de Londres a Hindon

Cogí un Ryanair (¡el primero de mi vida!) de Santander a Londres y al llegar al aeropuerto de Stansted el autobús más barato que encontré para bajar a la city (iba a hacer dinero, tenía el modo ahorro activado). Me planté en la capital de la isla más poderosa del mundo y flipé un poco. Me sentí como en una película, diminuta, pero sobre todo me pregunté ¿qué hago yo aquí? Cosas de novata, supongo. En fin.

Como creía que me sobraba tiempo –bendita ignorancia– fui primero a la estación de tren de Victoria a preguntar cuánto valía el billete. Como me pareció caro decidí ir a la estación de tren de Waterloo a ver si allí costaba menos. Antes de llegar me empecé a agobiar con tanta gente y tanto Londres y dije va, voy a coger un taxi, tampoco tengo necesidad de pasar penurias. No sé si la broma me salió 20 o 30 libras, que por aquel entonces eran entre 35 y 50 euros, prefiero no hacer memoria.

Cómo ir de Tisbury a Hindon (Wilthshare, Inglaterra)

Total, que llego a Waterloo –por supuesto cantando en mi cabeza Waterloo, finally facing my Waterloo, na na na na na– y me encuentro en la ventanilla con un memo con muy pocas ganas de entenderme –no como mi amigo marroquí del mundial, ¡ese sí que era majo!–. Yo le decía que tenía que ir a Tisbury, la localidad más cercana a Hindon, un pueblo tan chico que no tiene parada de tren. Él ni caso, que si bla, bla, bla o lo que quiera que fuera que dijese. Después de mucho discutir con don memo conseguí sacar un billete para Tisbury, probablemente al mismo precio que si hubiera viajado desde Victoria Station o igual más caro.

CAMINA HACIA LA LUZ

Bueno, gajes del oficio. A las ocho o nueve de la noche me subo al tren. Es sábado, no tengo del todo claro a dónde estoy yendo ni si de verdad me esperan en el hotel. ¿Y si llego y no se acuerdan de que hablaron conmigo por teléfono hace tres meses? Todas mis indicaciones sobre cómo llegar de Tisbury a Hindon son las que me ha dado mi amiga: cuando salgas de la estación camina hacia la luz. Muy alentador.

Total, que llego. Salgo de la estación que en realidad es un andén y veo la nada absoluta. Oscuridad extrema. Y allá, a lo lejos, ¡la luz! Así que camino hacia ella tomando el que en realidad es el único camino posible porque la alternativa son las vías. Meto mano al bolsillo y busco el teléfono de los taxis. Entro en la única cabina de Tisbury, que también es un pueblo diminuto y aparentemente sin almas. Es una cabina de esas rojas, muy British ella. Piii… Piii… Piii… No me coje nadie. Piii… Piii… Piii… No hay forma. Piii… Piii… Piii… ¿Se irán los taxis a dormir los sábados a las 10 de la noche? ¿Habrán salido los conductores de fiesta? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Genial, estoy perdida en mitad de alguna parte de Inglaterra con una maleta y una bolsa de deporte sin poder ir a mi pueblo porque no se ni en qué dirección está. Bravo. Frío. Miedo. ¿Y ahora qué hago?

LOS NIÑOS PERDIDOS DE TISBURY

Para cuando quise darme cuenta tenía encima a un grupo de chavalitos que llevaban unas litronas de Cider en la mano. El pequeño parecía tener unos diez años, el mayor veintipico. ¿Qué te pasa? me pregunta el más grande. ¡Que estoy más perdida que un pulpo en un garaje! –lo del pulpo me lo ahorro, esto es una dramatización–. Pues nada, que acabo de llegar de España y voy a Hindon pero no puedo pedir un taxi. El chico muy majo mira mi número y me dice que está equivocado, que no me angustie, que ya me llama el a un taxi. Entra a la cabina y bla, bla, bla. Que en una hora tengo un taxi (osea, a las 23:30 aproximadamente, en el restaurante van a flipar).

Bueno, todo medianamente solucionado. Ahora solo tengo que esperar en mi soledad en este pueblo habitado por seis niños alcohólicos. ¿Sola? ¡No! Me convierto en el pasatiempo de mis salvadores que se entretienen invitándome a Cider que yo acepto alegremente –total, ¿qué más me puede pasar ese día, perdón, esa noche?– y preguntándome mil cosas. Que si cuántos años tengo, que si estoy casada, que si me gusta Shakira. Lo típico.

La verdad es que son muy majetes y me hacen mucha compañía hasta que llega la hora de marchar. Entonces les doy las gracias mil veces y me subo al cab más contenta que unas Pascuas. Y así es como se sobrevive si te pierdes en mitad de la campiña inglesa de noche.

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