Si hay un lugar de Cracovia que guarda un cuento en cada esquina ese es Rynek Glowny (Plaza del Mercado), un precioso ágora diseñada en el siglo XIII, durante el reinado del príncipe Boleslao el Vergonzoso. En ella uno ha de visitar la asimétrica Iglesia de Santa María, escuchar entonar al trompetista el Hejnal una de las 24 veces al día que lo hace, colarse entre los arcos de inmaculado Ayuntamiento, saludar al poeta Adam Mickiewicz, oler una y mil flores en los puestos del Sukiennice, y pasear en calesa si le sobra el dinero.
Pero no sólo iglesias y edificios de época te aguardan en una de las plazas más grandes del viejo continente y, sin duda alguna, el punto más turistico de esta ciudad. Harás bien en andarte con ojo una vez llegues allí pues serás vigilado muy de cerca por los cientos de caballeros que una vez formaron parte del ejército de Enrique IV el Probo, un temerario príncipe de Wroclaw que en su día quiso reinar sobre esta ciudad.
Por lo visto, allá por el siglo XII, el tal Enrique IV, supongo que Quique para los amigos, decidió tomar por la fuerza Cracovia aprovechando la repentina muerte del príncipe local Leszek el Negro. Y vaya si lo hizo. Pero una vez materializada la conquista se dio cuenta de que necesitaba el beneplácito del Papa para gobernarla con legitimidad. “Debo ir pues a Roma a que su santidad me haga rey pero necesito pelas para el viaje que con el rollo este de la guerra me he quedado más pobre que las ratas”, debió pensar su alteza que, desde aquel momento, empezó a estrujarse los sesos para buscar la forma de costearse el largo paseo hasta la ciudad eterna.
Mientras tanto la burguesía cracoviana, muy aguililla ella como la mayoría de las burguesías de aquella y de las demás épocas que vinieron después, no veía con buenos ojos a su potencial nuevo soberano así que en vez de prestarle dinero le recomendó que, para conseguir ingresos, hiciera una visita a la malvada bruja Marckanna. Esta señora, seguro que horrenda y con un montón de gatos como cualquier bruja poderosa que se precie, llevó a Quique por una tenebrosa ciénaga que se extendía aquel entonces por los hoy verdes prados de Zwierzyniec y le hizo una propuesta: si le entregaba a sus mejores caballeros le daría tanto oro como quisiera.
Al príncipe le costó un poco decidirse. Eso de entregar a los colegas después de haberle defendido a capa y espada le parecía un poco feo, pero oye, no todos los días uno tiene la oportunidad de ser rey. Y el trono parecía tan cómodo… Y desde el cuarto de mando había tan buenas vistas… Total que Enrique, aunque receloso, aceptó el acuerdo y se volvió a casa más feliz que un regaliz. Esa noche durmió mal, tuvo pesadillas, oía gritos y aleteos.
Cuando despertó por la mañana todo era normal: las cortinas en su sitio, la luz de la mañana atravesando el cristal, el cenicero de colillas sin vaciar… Pero el edificio resultaba extrañamente silencioso. Abrió la puerta del dormitorio, bajó al salón, a la cocina, a los establos. A ninguno de sus vasallos halló. Extrañado miró por la ventana y vio que tanto ese como el resto de alféizares estaban llenos de palomas, como también lo estaban los muros de los templos de San Andrés, San Adalberto y Santa María del ya por entonces bello y enorme Rynek Glowny que se empezaba a perfilar. “Qué cosa más rara, ¿de dónde habrá salido tanto bicho?”, se debió preguntar.
De pronto todas las aves empezaron a volar a la vez en dirección al castillo de Wawel con piedrecitas en el pico para dejarlas caer, también todas a la vez por eso de hacer la historia bonita y tal, a los pies del pretendiente al trono. Al llegar a Quique todas y cada una de las piedrecitas se volvieron de oro y entonces el príncipe de Wroclaw comprendió que la oscura bruja había convertido a sus valientes caballeros en palomas y que, a cambio, le entregaba el montón de oro acordado.
Ni corto ni perezoso el noble tomó el dorado metal y marchó a cruzar el Rubicón, a ver si era capaz de convencer al Papa y volver a Cracovia investido monarca. Pero nunca lo hizo (según la tradición porque fue un golfó y se gastó el dinero de fiesta) y, desde entonces sus caballeros, en forma de palomas, lo esperan revoloteando aquí y allá entre los puestecillos, las arcadas y los flashes de los turistas, con la esperanza de que su señor vuelva pronto a romper el hechizo que desde hace siglos les obliga a volar de un lado a otro de uno de los diez cascos históricos más bonitos del mundo.
El libro Leyendas de Cracovia de Anna Majorczyk recoge doce preciosas historias de la ciudad. Una lectura amena y muy bonita que lleva dibujos de Katarzyna Borzcka y podrás encontrar en la librería de la Fábrica de Schindler (4,5 euros), situada a las afueras de la ciudad, o en Internet (vía Amazon o similar, 9 euros). Un precioso libro, tanto para leer como para regalar.
#POSTAMIGO
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3 comentarios en “Cuidado con las palomas de Cracovia, están hechizadas”