No llora el cielo de Chiang Saen, es el mozón que ha venido a correr cuatro kilómetros conmigo (¡mis primeros cuatro kilómetros!). Me encuentro en el corazón del Triángulo de Oro, antaño centro neurálgico de producción, compra y venta de opio en el sudeste asiático. Sop Ruak, a 8 kilómetros de mi posición, es teóricamente su vértice principal y en el se vienen a encontrar Tailandia, Myanmar y Laos. Tres países bañados por el Mekong, una inmensa masa de agua que baja de la meseta tibetana para convertirse en el octavo río más largo del mundo. Su vista a cualquier hora del día deja sin aliento. Este es el primer paisaje natural que me impresiona de verdad desde que comencé mi viaje por el país de las sonrisas hace ya más de un mes.
Chiang Saen no estaba en mis planes antes de salir de casa, de hecho hasta hace dos días no sabía ni situarlo en el mapa. Un proyecto de voluntariado que encontré sobre la marcha en Work Away es lo que me ha traído hasta aquí. Esta semana seré profesora de inglés en un cole de la zona. Ese es mi plan.
Durante ese tiempo me hospedo en una suerte de apartamento que hay bajo la casa de Mee, la profesora tailandesa con la que en principio voy a trabajar. Es una mujer de 45 años casada con un policía aficionado al golf de la misma edad. Su hija casi adolescente se llama Goya. Ninguno de los tres habla bien inglés pero se esfuerzan mucho y conseguimos entendernos, más o menos. Nuestras cenas son deliciosas y de lo más entretenido. Estoy aprendiendo muchas palabras en tailandés, dicen que si me quedo tres meses lo hablaré bien, que mi pronunciación es muy buena. Yo creo que intentan ser amables. Un detalle: el cocina y nosotras comemos, no entiendo por qué pero me llama muchísimo la atención.
PRIMER DÍA DE TEACHER CRISTINA
Mi primer día aquí Mee me ha mandado con su amiga Nun a una suerte de actividades de fin de semana llamadas English is fun (el inglés es divertido). Nun también es profesora y también tiene un inglés muy precario. Su escuela está casi a 20 kilómetros de Chiang Saen, en una localidad diminuta cuyo nombre no recuerdo. Mi atención la tienen los arrozales que la rodean, esos verdes e inundados arrozales infestados de mosquitos deseosos de pegarme la encefalitis japonesa. Su sola vista me produce dolor de cabeza y aunque voy de repelente hasta las cejas al menos tres veces al día pienso voy a morir aquí. Incluso a eso intento verle el lado bueno: si muero aquí al moriré en un sitio hermoso. No me consuela.
Al llegar al pequeño colegio me reciben como si fuera doctora en lengua y literatura inglesa, me dan un micrófono y me dicen teach (enseña). Así, sin más. Teach. Los primeros 10 segundos alucino. Intento decirles a los profesores que bueno, que qué están haciendo o que qué quieren que haga pero no me entienden. Le echan muchas ganas pero ellos saben casi tan poco inglés como sus alumnos. Me hablan en tailandés despacio, alto y claro, esperan que les entienda pero yo de momento no entiendo tailandés más allá de gracias, de nada, hola, adios y pica mucho.
Me pasan el programa del día. Como es lógico está escrito en tailandés. Solo entiendo los números y cuatro palabras: greetings (saludos) y parts of body (partes del cuerpo). Mientras proceso lo que está ocurriendo una treintena de cabecitas no me quitan ojo. Nadie dice nada, solo me observan mientras esperan que haga algo. Lo sé, yo también lo creo, en qué fregaos me meto.
¿Qué se supone que hay que hacer con 27 alumnos de distintas edades y 3 profesores que no tienen ni idea de inglés en una clase sin mesas ni pizarra, sin papel ni bolis? Yo improvisé una dinámica a base de what is your name (cómo te llamas), how old are you (cuántos años tienes), nice to meet you (encantado de conocerte) y see you soon (nos vemos pronto). Cuando veía que la cosa decaía cogía una pelota para darle un poco de velocidad, y cuando me pareció que necesitábamos más emoción jugamos a uno, pato, cua sin el pato, sin el cua y por supuesto sin kalimotxo. Vamos, que hicimos una competición de contar. Ganó una chica que llegó hasta el cincuenta y pico mientras el resto de chavales miraba curioso y creo que hasta interesado.
Teniendo en cuenta que no soy profesora y que he tenido que improvisar más de tres horas de juegos en inglés para un nivel cero creo que la cosa ha ido muy, muy bien. La completamos con una hora más por la tarde de canciones sobre monos y estrellas de mar que me tuve que aprender sobre la marcha. Los profesores me pidieron que por favor les enseñara esas canciones, que ellos no se las saben bien, que les resultan muy rápidas, ¿qué iba a hacer? Insistían your way, very good, very good (a tu manera, muy bien, muy bien). Era mucho más fácil aprender y enseñar que dar explicaciones.
ESCUELA RURAL EN TAILANDIA
A lo largo del dia fui sintiéndome cada vez más cómoda en mi papel de teacher Cristina. Niños y niñas me miraban, sonreían y se esforzaban en pronunciar las palabras en inglés tal y como yo se las enseñaba. Unos eran de cinco años, otros de diez, otros de 15. Las chicas que tenían hermanitos trabajaban doble: atendían a la actividad y discretamente cuidaban de que sus hermanos –en este caso siempre chicos– también estuvieran integrados o, por lo menos, bien. Cada vez que hemos acabado una sesión han juntado las manos en actitud de respeto/rezo para decirme muy sumisos y a una sola voz thank you teacher Cristina (gracias profesora Cristina). Todas y cada una de las veces se me han puesto los pelos de punta.
A la hora de comer los pequeños se han sentado ordenadamente en el suelo con las piernas cruzadas. Se les ha dado un cuenco, una cuchara y una bolsa de plástico con una ración de ra ná, un plato típico de esta zona con carne, noddles y vegetales en sopa que se aliñan con sal, azúcar y por supuesto picante. Antes de meter la cuchara de nuevo han juntado las manos en actitud de respeto/rezo para cantar algo parecido a una acción de gracias o, quizá, de contemplación de la comida. No he visto a 30 niños juntos más formales en mi vida, ni una voz más alta que otra. Prácticamente ni una voz.
En el recreo han jugado a muchas cosas, incluso a algo parecido a fútbol con una pelota de baloncesto enorme. No ha habido equipos ni distinción por sexos: chicos y chicas han aporreado la bola malamente por igual, aunque ellos en más número que ellas. Una gran foto del rey ha hecho las veces de árbitro en silencio. Cuando pregunto quién es el señor de la foto no me dicen el rey, me dicen mi rey. Tamoco falta la insignia nacional. He contado al menos cuatro banderas azules, rojas y blancas en el exterior del edificio principal.
Cuando llega el momento de marchar una niña me pide que vuelva otro día. Un niño me regala un montón de frutas llamadas long guían o algo así. Todos me hacen entrega de una cosa que intuyo es una falda pero que yo reinterpretaré como mantel de picnic. Y por supuesto nos hacemos la foto de rigor. En Chiang Saen la gente si que quiere fotos con una guiri (ya me han robado alguna aunque de momento la cosa no ha llegado ni mucho menos a modo India). Me rodean muy correctos, me sonríen y me dicen see you soon. Quizá no soy yo la única que ha aprendido algo, pienso mientras un calambre de satisfacción me recorre como un rayo de los pie a la cabeza.
REFLEXIONES TRAS MI PRIMERA ‘CLASE’
Los profes me han dado las gracias mil veces y me han dicho que les he ayudado mucho, que ojalá me pudiera quedar allí más tiempo, que los niños están muy felices, que very good, very good. Que algún otro voluntario ha venido y no ha hecho nada, que solo se ha quedado allí quieto, que yo tengo very good style (muy buen estilo). Me imagino a otros voluntarios más tímidos y con menos campamentos que yo, con más conocimientos y mucha teoría en la cabeza, y entiendo perfectamente que se quedaran paralizados. La situación ha sido del todo surrealista.
También me he acordado mucho de los profesores que tuve durante el master CAP que abandoné dos meses después de empezar porque su teoría me resultaba insoportable (el master CAP o como se llame realmente es el curso que te acredita para ser profesor de educación secundaria en España). Me hubiese encantado ver cómo resolvía la situación de teach (enseña). Igualmente me resulta un poco irónico haber acabado dando clase el mismo año en el que he aborrecido la titulación que abre la puerta de la enseñanza, que no la idea de enseñar. Como diría Quique Gonzalez “la vida te lleva por caminos raros”.
Después de pasar por la escuela de Nun, me muero de ganas de conocer la de Mee. Mee me ha dicho que el lunes estaré con una colega suya que habla very good English (muy bien inglés). Cruzo los dedos para que así sea y, por si acaso, pienso más actividades para no tener que volver a improvisar una clase para 27 cabecitas deseando que haga algo. Cierto que ha sido una experiencia fantástica que no olvidaré en la vida, pero entre eso y pensar en los mosquitos con encefalistis japonesa que quieren matarme he terminado agotada.
Ser profesor no es una tarea fácil, aunque intuyo que es altamente satisfactoria cuando las cosas salen bien. Maestros y maestras, profesores y profesoras que se desviven por hacer las cosas bien tienen y tendrán siempre todo mi respeto. Muy merecido además.
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¡Cómo mola! No sabes lo interesado que te estoy leyendo :))-
¿Ah, si? ¿Y eso? ¿Estás pensando en hacer un voluntariado?
¡Me ha encantado el post! ahora ya entiendo un poquito mejor la razón por la que estás por ahí 🙂
Sorpresa 😉 La verdad es que como cuento el voluntariado lo organicé sobre la marcha, ya estando en Bangkok, y solo durará una semana. Mejor una semana que nada he pensado. ¡A ver qué tal se me da!
¡Me encantan tus aventuras, Cristina! Ser profesora sin duda es una muy apasionante jejeje, veo que has salido muy bien parada 🙂 Sigue disfrutando de Tailandia. Un abrazo!
Me encanta que te encante Arantxa pero yo no canto victoria, ¡tengo que sobrevivir a tres días más de clase (si o cuatro)! Ya voy por el segundo y estoy agotada… Aunque los niños son un amor y las profes también. Y además está el río, ¡qué río! River I am in love 🙂
Los pelos como escarpias tengo, esos 27 niños con los ojos chispeantes y alegres deseando aprender y preguntándose por qué esta todo el rato teacher Cristina rociándose el cuerpo con un spray ????…. Jaja.
Bonita experiencia!! Y muy bien vivida!!
27 niñitos fueron en el primer cole, ¡luego tuve más de 80! Pero en grupos separados. Menuda esperiencia Rocío, anda que no curre ni nada. Pero mereció la pena. Me llevo un recuerdo precioso aunque un poco mal sabor de boca por no poder ‘ayudar’ más.