Doce años han pasado desde el día en que el Acuerdo de Viernes Santo (1998) diera fin al conflicto de Irlanda del Norte y, sin embargo, todavía hoy pueden observarse con claridad las heridas de guerra que éste tatuó en las calles de Belfast.
Paseando por Falls Road (zona católica pro irlandesa) y Shankill Road (parte protestante pro británica) uno es plenamente consciente de lo gravísima que llego a ser la situación en un lugar en el que las ideas político-religiosas separaron familias y sembraon el odio y la violencia más extrema entre sus vecinos.
Y no son sólo las famosas pintadas de los muros las que hablan por sí mismas. Lo hacen también los edificios abandonados llenos de ventanas rotas que nadie ha arreglado; la puerta de acceso que conecta Falls Road con Shankill Road (dos grandes avenidas paralelas) que todavía conserva el cartel de Closed Road; y los muros que cercan las casas, la mayor parte terminados en puntiagudas barandillas cuando no en cordón metálico de pinchos que bien recuerda a las películas bélicas de la gran pantalla.
El hoy llamado Muro de la Paz de Shankill Road (que no deja de ser el eufemismo utilizado para nombrar un antiguo muro que separaba las zonas en conflicto) sirve hoy para que visitantes y autóctonos exprese sus mejores deseos:. “Paz en Irlanda del Norte“, “No mas muros en Europa“, “Hasta la victoria siempre“. Es herencia de lo qué allí ocurrió y nos recuerda qué no debemos permitir que pase otra vez.
No obstante, en mi opinión, la normalidad no se ha recuperado aún por completo en la capital de Irlanda del Norte (para los despistados, Irlanda del Norte es la cuarta unidad que junto con Inglaterra, Escocia y Gales conforma el Reino Unido), o al menos no en Belfast. Basta mirar con cuidado alrededor para darse cuenta de eso. Coches de policía que en realidad una vez fueron unidades militares; calles vacías en pleno centro “porque la gente aún no está acostumbrada a que bajar a la ciudad sea seguro”, comenta nuestro guía; gotas de sangre ficticias “para que no se olvide”. Que no se olvide que en Belfast casi todo el mundo tiene algún familiar o amigo que “cayó”, en uno u otro bando.
Y es que esas heridas, las que se hacen “entre hermanos”, son las que más duelen, las más profundas y, por tanto, las que más tiempo tardan en curar.
GALERÍA FOTOGRÁFICA DE BELFAST
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