La primera noche que pasé en Dublín conocí a unos chicos españoles mientras tomaba algo en una taberna. “Es la cuarta vez que vengo“, dijo uno de ellos, “me encanta Dublín“. Me sorprendió mucho. Llevaba un par de horas en la ciudad y, bueno, tampoco parecía prometer demasiado. Encima era muy cara. ¡Una cajetilla de tabaco 8.60 euros! ¡Pero bueno! Eso sí, la gente era extrañamente amigable. Lejos de tópicos de irlandeses borrachos que comen patatas. La gente era realmente simpática, agradable. No por nada, porque sí. O eso parecía a simple vista.
Al día siguiente, como cualquier buen turista que se precie, tour por la ciudad. “Bueno, está bien, tampoco es un sitio que me entusiasme“, me dije. Un café en un local pequeñito, mezclarse en el tumulto que abarrota las calles que guardan las carísimas tiendas del centro, caminar sin rumbo en busca del mar (puente, puente, puente). “Está bien, pero esto no da para mucho más“, pensé.
Entonces descubrimos The Temple Bar. Luz más o menos tenue, música en vivo y cerveza (incluso buena si puedes pagarla). Dos guitarras y tres voces haciendo un repaso por lo mejor de la música en inglés, de los Beatles a Bob Dylan sin olvidar la nota de color con algo tradicionalmente Irlandés.
Gente de todos los países charlando, riendo, bailando. Irlandeses conociendo franceses que hablaban con americanos que prestaban un cigarro a unos españoles que les presentaban a sus amigos argentinos que conocieron al pedir a unos belgas que habían acabado nadie sabe por qué con un brasileño. Junto a la barra se escucha, “otras dos pintas, por favor“. Bromas de un camarero que ha servido muchas cervezas esa noche. Voces desafinadas dirigiéndose al escenario, cánticos entusiastas acompañando acordes de Journey: “Don’t stop beleiving, hold on to the feeling“.
De esta manera aprendí que la magia de Dublín no está en un pirulí que se pierde en la negritud de la noche. Ni en una fábrica de cerveza que tiene un libro de records. Ni en la estatua de la que fuera la fulana del pueblo en tiempos pasados.
Su encanto está en la gente, en el aire, en ese ambiente que te rodea y te hace sonreír como un idiota. En ese momento te paras a pensar ¿por qué no he descubierto yo este sitio antes? y entiendes por qué todo el que ha vivido Dublín quiere repetir la experiencia.
#POSTAMIGO
Una noche de música en Temple Bar, por @robinju
Temple Bar (Dublín), por Diego Picallo
2 comentarios en ““Don’t stop believing” en The Temple Bar de Dublín”