Si hace un año alguien me hubiera dicho que mi primer viaje de 2014 iba a hacerlo durmiendo en paradores me hubiera dado la risa. Es más, seguramente aún seguiría por los suelos. Pues bien, como diría mi abuela “nunca digas de ese agua no beberé, ni ese cura no es mi padre” (“ni eso no me cabe” añadiría una de las mejores compañeras de piso que he tenido nunca). Mi primer viaje del año lo he hecho durmiendo no en uno sino en dos paradores (en el Málaga Golf y el de Nerja) y comiendo en otros tres (el del Castillo de Santa Catalina de Jaén, el de Gibralfaro de Málaga y el del Convento de San Francisco de Almagro).
¿Que qué tal? Digamos que ha sido una experiencia interesante con sensaciones encontradas. Me he sentido a la vez muchimillonaria (como cuando Homer cuida la mansión del Señor Burns pero sin ir con un cortacesped por la moqueta) y polizón que se cuela en un castillo para ser confundida con princesa. Vamos, que he estado de lujo y me han tratado como una reina. Ya me quedaba yo de paradores una semanita de relax: habitaciones con vistas de ensueño (¡qué amaneceres!), comedores de película en los que se sirven viandas de la mejor calidad, y un servicio que atiende siempre con una sonrisa (esto último me ha llamado la atención especialmente). Así da gusto, para qué nos vamos a engañar.
Antes de esta experiencia no me había planteado la posibilidad de dormir en un parador, ni en el Málaga Golf ni en ningún otro, pero yo si me lo pide Mi Nube hago el esfuerzo que haga falta. ¿Qué por qué no valoro este tipo de hospedaje durante mis escapadas? Principalmente por su precio (¿cuánto cuesta una habitación aquí? ¿70, 80, 90, 100 euros? ¿Un millón?). Además, en mi atrevida ignorancia imaginaba los paradores como sitios demasiado divinos, rollo supercaserón del pueblo reconvertido en hotel de lujo para parejas de 50 a las que les sobra la pasta para una vez al año –en su aniversario por supuesto- reservar una suite con champán, rosas y toda la pesca.
¿Me equivocaba? Pues un poco si y un poco no. Para empezar no todos los paradores son supercaserones. Entre los cinco que yo he visitado había dos edificios con historia (el castillo de Jaen y el convento de Almagro), y tres construcciones mucho más modernas que fueron construidas en el siglo XX. La media de edad si, es cierto, es más avanzada que joven, y los precios de las habitaciones no son precisamente low cost pero en ocasiones tampoco resultan mucho más caros que los de un buen hotel (de hechos algunos establecimientos empiezan a ofertar estancias a precios no baratos pero si algo económicos, especialmente en temporada baja).
Pero si hay algo que para mi gusto destaca de los paradores por los que he pasado es la gastronomía. Por una parte la estancia que hace las veces de comedor suele ser preciosa o, si es normalita, tiene unas vista de quitar el hipo. Por otra y más importante la calidad de los productos que se sirven, muy alta en todos los casos. Tradición en ingredientes pero innovación en las recetas con una presentaciones muy cuidada, tan bonita que casi da pena comerlos. ¿Y de precio? El mismo que el de una cena en un buen restaurante, no está tirado pero tampoco resulta exorbitado. Con independencia de si uno es huésped o no, siempre está la opción de desayunar, comer o cenar en su restaurante. Una vez al año no hace daño.
ALOJAMIENTOS PARA DISFRUTAR
En general la sensación que me llevo de esta estancia en paradores es que estas instalaciones están hechas para disfrutar. Tengo la impresión de que quien idea un lugar de este tipo no lo hace pensando que es solo un sitio para dormir. Más bien todo lo contrario: busca que el hecho de pasar una noche en este o aquel parador tan chulo, original o perdido de la mano de dios justifique en si mismo una escapada, y lo prepara para que sus futuros huéspedes disfruten de cada segundo que pasen entre sus paredes y jardines. Muchos llevan actividades añadidas (como golf o playa) o preparan historias para que sus clientes se diviertan.
Mi teoría explica los enclaves con vistas privilegiadas, las casi interminables delicias culinarias, y la cantidad de detalles de los que presumen la mayor parte de los paradores (supongo que muchos con razón). De hecho va más allá: cada parador a su manera intenta seducirte. Y algunos lo hace muy, muy bien. Ya puedes tener cuidado sino quieres terminar perdidamente enamorado.
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En cuanto a calidad de alojamiento no digo nada, pero normalmente el restaurante del Parador casi nunca es el mejor de la ciudad donde se ubica y los desayunos se facturan a precios astronómicos. Por supuesto que el trato de los empleados es generalmente mejor que en la empresa privada y el ambiente es más relajado de lo que se espera.