No estoy escribiendo esto -bueno, ahora sí, pero en su momento no-, lo estoy dictando a una de esas aplicaciones de voz del móvil a las 2:43 de la madrugada. No tengo fuerzas ni para teclear. Estaba a punto de meterme en la cama cuando vi una llamada perdida de mi amiga Blanca. Me preocupé. ¿Una llamada a medianoche? ¿En Noruega? No podía significar nada bueno. O sí.
Al parecer, una foto en Facebook la había puesto sobre aviso de algo que, si no era imposible, si sumamente improbable: había una aurora boreal bailando en el cielo Voss (¡nuestro pueblo!). Nuestros amigos la estaban viendo, ¡desde el jardín de su casa! Me puse toda la ropa que pude lo más rápido que fui capaz y salí disparada al centro. Cuatro kilómetros en bicicleta en la fría y solitaria noche noruega. Ni más, ni menos. Una noche estrellada hasta el extremo, pero fría y solitaria también. 4.000 metros y ni un alma. Qué miedo. Pero yo por la aurora boreal lo que haga falta.
En el centro de Voss la contaminación lumínica no es tontería, pero ante la falta de otra bici para ir a lo realmente oscuro y el apremio de un reloj que corría sin dar tregua decidimos que el mejor sitio para intentar cazar la aurora era el lago, ese gran lago que no me canso de compartir. Y allí nos plantamos cara al Hanguren, monte que no teme dar la espalda al norte, dirección que has de mirar si vas en busca de los preciados reflejos del cielo.
La noche seguía estrellada, tan brillante y a la vez tan oscura. La vía láctea y sus cientos de constelaciones no hacían sino acentuar su inmensidad. Cosa rara esta de ver los astros en Noruega donde lo común es que el cielo esté cubierto más de lo que una quisiera. Alrededor del Hanguren un extraño resplandor. Muy suave, muy raro, como queriendo ser verde pero sin llegar a serlo. Como un manto de neblina clara que intentara acariciar la silueta de la montaña. Poca cosa.
Recordé las palabras de mi amigo Yves, guía ártico el último invierno, experimentado cazador de auroras boreales para turistas. “La gente suele desilusionarse mucho al ver la aurora boreal”, solía decir. Tanta foto retocada de cielos imposibles no ha hecho sino crear una expectativa que muchas veces no se corresponde con la realidad. Al menos no con la realidad que es probable que se cruce, con suerte, el espectador ocasional.
Coloqué la cámara sobre una piedra enfocando al Hanguren, a su suave y raro resplandor. Diafragma abierto al máximo (2,8), velocidad de obturación lenta (30 segundos), ISO 100. Disparé, esperé, estaba. Verde. Se veía verde. Salía verde. Era ella, estaba allí, la aurora boreal sobre la que Lyra me puso un día sobre aviso. Casi invisible para mis torpes ojos de humana, pero no para mi cámara.
Una estrella fugaz cruzó la bóveda del cielo y Blanca pidió un deseo. Yo no dejaba de hacer fotos de larga exposición. La aurora no se veía como yo la había pensado, pero no tenía duda (después de un rato). Era ella. Estaba allí, como muchas cosas de la vida, distintas a como las había pensado. Al parecer, las auroras boreales, como muchas otras cosas de la vida, son como son, aunque nosotros queramos verlas de otra manera.
Cuando el frío se hizo intenso y en vista de que la aurora boreal no pensaba mostrarse con más fuerza, decidimos marchar. Nadie por las calles, pero un verde resplandor entre los tejados. Pálido, raro, nuevo. Ahogado entre las luces de un pueblo que no quiere ser ciudad.
Vuelta a casa. Cuatro kilómetros pedaleando dirección norte, a la sombra del Lonahorgi (1.411 metros) y bajo unos raros dibujos en el cielo. Se distinguían con claridad. Eran de un tono raro, como blanquecino, como jirones de noche queriendo desgarrar con delicadeza la oscuridad. A la una de la mañana no era el ocaso, ni tampoco el crepúsculo aún. Era ella otra vez, la aurora boreal.
Mi primera aurora boreal, que no vino cargada de hadas y magia. Ni falta que hizo. Era distinta a como la esperaba, quizá porque en realidad no la esperaba. Porque apareció sin previo aviso, sin nadie que la anunciara. No sé qué esperaba, pero me gustó que asomara, incluso que casi me sacara de la cama. Y aunque no me ha dado un cielo verde de película, y aunque Voss no sea el sitio to be para contemplarla, me voy a la cama feliz porque sé que era ella. Porque sé que esta noche estaba.
SI ESTO TE HA GUSTADO, TE GUSTARÁ…
Trabajar en Noruega, esa pesadilla de trolls
De cómo mi casera me enseñó a usar un hacha y a hacer fuego
Como mola.
Nosotros tuvimos muuucha suerte y pudimos ver una en todo su esplendor en el fiordo del Troll. Fue espectacular tanto que la tripulación del barco estaban alucinados.
Me ha encantado la entrada.
Saludos viajeros
¡Qué suerte! Yo quiero ver una ‘de verdad’. De momento, me tengo que quedar con esta. Ha sido una bonita primera cita, no me quejo Ipaelo.
Me alegro mucho que te haya gustado la entrada. Gracias por leerla. Abrazo grande desde Noruega 😉
Cristina! Que maravilla!! Me he emocionado leyendo tus palabras!!!! Y si pienso que estaba allí hace pocas semanas… Grrr!! Gracias por compartir tu experiencia! Objetivo claro: QUIERO ver una aurora!!!! Un abrazo!
Gracias por tu comentario Lisa. Me ha hecho mucha ilusion. Ya sabes: el ano que viene venid un poquito mas tarde y nos vamos a cazar auroras. Un abrazo grande.
Cris, qué emocionante poder vivir esta experiencia. Es la primera pero seguro que no es la última. Disfruta mucho de Noruega, te sigo leyendo. Un abrazo
Eso espero Patri, aunque no creo que haya más auroras este año. Creo que es en el norte algún día donde podré verla bien alguna vez. Alguna vez… Espero que muy pronto. Muchas gracias por leerme guapa, nos seguimos 😉
Te leo y mantengo vivo mi deseo de ver una aurora boreal antes de morir. Aunque sea así, sin todo su esplendor. Comprendo tu emoción, ¡porque estoy segura que la mía será igual!
Todo llega Anto. Hasta entonces, ¡mucha suerte!