Acerté a sentarme junto a un cuerpo desnudo en la oscuridad. No sabría decir si de hombre o de mujer. La pequeña bóveda estaba llena de vapor y la luz escaseaba, apenas si podía distinguir las siluetas de las personas a mi alrededor. “Esta vez si que la has liado Cristina. Te has metido en una orgía, ¡a ver cómo sales!”, pensé envuelta en un fino pareo que tardó en empaparse cero coma dos segundos.
Mi confusión tornó en asombro rápido, en cuanto una joven comenzó a entonar una melodía en la habitación llena de vaho. Su voz cantaba palabras en lengua extraña que casi seguro nacieron en la inmensa y basta India. Pronto otra voz se le sumó, y otra después, y así el mantra se hizo fuerte hasta retumbar armonioso en la diminuta cavidad.
Fuera del baño de calor esperaba la fresca. En un rincón apartado del jardín los más ponían a un lado sus ropas para rociarse con el agua venida de la montaña. Es este un ritual extrañamente personal que se realiza de forma discreta en público, entre miradas ajenas a lo que hacen los demás. Respeto por encima de libertad es lo que se respira en The Dome.
Hasta esta esquinita encerrada entre palmeras vinimos a encontranos la Luna y yo. Ella arriba blanca, inmensa, casi llena. Yo abajo bañando con agua limpia mi pelo, mi cara, mi cuerpo sin adornos. La luna y yo, solas las dos en la intimidad de la noche. Sin vergüenza, sin complejos, sin falsos artificios en una cita improvisada donde decidimos por unanimidad que la vida debería ser siempre tan sencilla y natural como aquel mometo.
De vuelta al pareo cada una con los suyos. Mis amigos me esperaban te en mano junto a la hoguera central, las estrellas en el cielo aguardaban silenciosas a su reina. Palabras, música y paz hasta llegar la media noche.
DE LOS MEJORES SITIOS DE KOH PHANGAN
Mágico es el adjetivo que para mi mejor define The Dome, un rinconcito perdido en la noche de Koh Phangan, allá donde no alcanza el eco de la electrónica de las fiesta locas y las palmeras se estiran oscuras porque no hay farola que se digne a iluminar. En un recodo noroeste, casi llegando a Koh Ma. Sin exagerar un ápice puedo decir que es este un lugar especial. No he visto cosa igual ni en Tailandia ni en ninguna otra parte del mundo.
Probablemente, esta cúpula no sea del gusto de todos. Quizá a muchos les resulte demasiado natural, poco apropiada. Pero si estás buscándole el lado espiritual a una isla marcada por la half, la black y la full moon party, déjate caer por aquí. El aceite de coco, el hogar ardiente rodeado de alfombras, y un puñado de viajeros con los que conversar te garantizan casi seguro una experiencia inolvidable que sus dueños han decidido llamar 150 bathts (3,6 euros).
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