Yo iba a escribir de libros con motivo del día del libro (superoriginal, lo sé). Iba a hablar de cosas serias. De budismo, de Tailandia, de la idiosincrasia de una librería asiática o similar. Pero entonces pasó que se cruzó en mi camino la única estantería de mi biblioteca dedicada al tebeo. Levanté la vista y vi un tomo gordo. Su lomo decía Crónicas de Jerusalén. Lo saqué. Caminé hasta la ventana más discreta de la sala de lectura, me senté en su alféizar interior, y me dejé apresar por sus tintas rápidas, inteligentes y cargadas de ironía. Y por eso hoy no voy a hablar de libros, sino de comics, de los comics de Guy Delisle que devoré como hacía tiempo no devoraba nada pensado para ser leído.
Es tal mi entusiasmo por este canadiense del que no recuerdo haber oído hablar con anterioridad, que mis amigas piensan que me paga por hablar de él. Se equivocan. Pasa que me he enamorado de sus viñetas, de sus palabras libres de apariencia espontánea, de las aventuras cotidianas de quien sabe vivir intensamente el momento con independencia de que esté haciendo cola en la montaña rusa o a punto de dar la vuelta a su looping más jarto. Me enamoraré de esta obra (y de las que vendrían después) como me enamoro siempre: por sorpresa y con pasión. Diré más: creo que esta historia tiene mucho de amor verdadero, del que dura para siempre, del que quizá solo pueda existir entre un hombre o una mujer y un libro o un tebeo.
De Crónicas de Jerusalén (Chroniques de Jerusalem, 2011) me encantó la naturalidad de Delisle para pintar las cosas. Lo mismo te dibuja una visita al ultraortodoxo barrio de Mea Shirim, que te cuenta cómo es pasar un control entre Israel y Palestina, o el incidente de turno con la profe del cole de su hijo. Me gusta que este autor no responda al cliché de reportero osado que se come el conflicto. Nada que ver con eso. Es un dibujante que parece acabar en zona caliente siguiendo los pasos de su mujer, trabajadora de Médicos Sin Fronteras, y llevando bajo el brazo unos hijos que se cuelan en sus páginas bebés.
Esta mezcla de padre – amo de casa observador con conciencia crítica que intenta trabajar donde le toca sin un aparente control de su destino (en todo momento parece que no es precisamente su idea ir a Jerusalén, a Birmania, o a Corea del Norte), dan como resultado un cóctel singular, muy singular, y un protagonistas que lejos de caer en un mamá, mamá mírame, mírame, mírame pone sus ojos a disposición del lector para que pueda colarse en una acción, un escenario o una situación determinada y sacar sus propias conclusiones. El autor cuestiona, piensa, reflexiona, pero no sentencia.
Delisle se hace personaje principal pero no se reivindica como tal, no intenta parecer un superhéroe por vivir en tal o cual lugar. No hay aires de grandeza en sus páginas, sino un esfuerzo por recoger lo más llamativo de la vida de una persona normal en territorio más o menos Comanche. En gran medida, creo que es esta –no sé si buscada pero desde luego lograda– humildad la que lo convierte en alguien especial. Y, por si fuera poco, el hombre es un autentico bardal con poco apego a la planificación. Supongo que no es de extraña que un bardal (como yo) se quede colgada de otro bardal (como él). ¡Parece tan majo! Si me lo encuentro por la calle le invito a una caña seguro.
DE JERUSALEM A BIRMANIA
El caso es que Crónicas de Jerusalén me dejó loca y me dio muchas ganas de viajar a una de las ciudades más sagradas y conflictivas del globo. Me gustó tanto que tardé solo unas horas en localizar Crónicas Birmanas (Chroniques birmanes, 2008).
Apareció en la balda de otra biblioteca de mi ciudad. Este segundo volumen, escrito tres años antes del dedicado a Israel, vino cargado de buenas noticias. Delisle observaba con sentido o, más que con sentido, como lo haría yo (cierto, igual sentido no es el término, quizá curiosidad u honestidad sea más apropiado). Así ganó mi confianza y sentó las bases de este amor que ahora declaro abiertamente.
Muchas de las cosas de las que el autor se sorprende en Birmania (país al que no se refiere como Myanamar, entiendo que como forma de protesta a una realidad que no es momento de explicar), coinciden con las que me sorprendieron a mi durante mi estancia en Tailandia. ¡Incluido el dinosaurio budista! Curioso ver que esta locura no es exclusiva del llamado país de las sonrisas. El calor, las serpientes, la burocracia, los mosquitos, etc. Delisle aproxima al lector con acierto a una realidad que le es ajena, o le devuelve a ella si una vez la vivió.
PRÓXIMA PARADA: PYONGYANG
Crónicas birmanas me duró cero coma. Otro par de horas más tarde fui directa a por Pyongyang (Pyongyang, 2003) el primero de los comics de destino de este autor y, según mis amigos, el mejor. Desgraciadamente, la biblioteca pública de Santander que lo tiene solo cuenta con 16 tomos. El de la sala de lectura (el de préstamo) está prestado. Los otros 15 son para clubs de lectura y están encerrados hasta que un club de lectura los reclame. Los ciudadanos que no tenemos club de lectura no podemos sacarlos aunque nadie los necesite. Aunque estén cogiendo polvo en una caja. Aunque no se estén utilizando. Marca España, ya tú sabes.
Así que a la espera de que el buen hombre o buena mujer que tiene mi Pyongyang lo devuelva, aprovecho y recomiendo que leas a este tipo que yo he tardado 30 años en descubrir. Te reirás con sus pequeñas desgracias, te acercarás a aspectos cotidianos de países que no has visitado (o igual sí) y, casi seguro, te entrará curiosidad por ver cómo son esas realidades in situ. Lo mismo hasta acabas entre la web y el calendario buscando una grieta para colarte en ellas y así poder escribir tus propias crónicas.
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