Esta es la historia de un vestido que se pensó en Noruega, se midió en Tailandia y se estrenó en Uruguay. Tres países en tres continentes han visto la evolución de una idea que ha hecho realidad la mano hábil de Roberta Franceschet, una modista a caballo entre Padova y Milán que va sobrada de talento para el corte y confección. Su última colección, etiquetada en las redes sociales con el hashtag #RobertaFranceschetCoutureCollection, está viva como pocas y se ha hecho realidad gracias a una suerte de crowfounding boca a boca realizado vía Facebook.
Esta es la historia de cómo acabó el vestido verde más bonito del mundo en mi poder. Vestido verde que es la séptima pieza de la última línea de vestidos de esta artista italiana, ni más ni menos. La historia de como a veces la moda es mucho menos frívola de lo que a primera vista puede parecer.
La cosa fue algo así. A través de un grupo de un Facebook, Roberta comenzó a buscar modelos-mecenas que estuviesen dispuestas a lucir uno de sus vestidos en una ocasión especial. Una gala, un concierto, una feria, una boda, etc. Entre las dos (diseñadora y modelo-mecenas) idearían la pieza y, una vez dado el visto bueno a los patrones por las dos partes, su creación física daría comienzo en el taller de la italiana (en Italia). Allá donde estuviera la modelo-mecenas tendría que tomarse las medidas, Roberta confeccionar la pieza en función de las mimas. Una vez terminado trabajo tendría lugar el envío, el pago y el estreno.
Mi evento elegido fue viajar, llevar un vestido por el mundo para los diversos eventos que me fueran surgiendo. Nuestra discusión fue divertida y correctamente acalorada. Roberta quería para mi una pieza larga, insistía en que por debajo de la rodilla me quedaría muy elegante, pero yo estaba convencida de que iba a parecer un botijo vestido de seda o de la tela que fuera. Tal fue mi insistencia que sí, finalmente, accedió: la falda sería por encima de la rodilla y con un poco de vuelo (¡para que quedara vistosa al bailar!). La parte de arriba la dejé a su elección. Visto el acabado no tengo absolutamente nada que objetar.
El color lo elegimos a medias. Yo quería verde y ella un tono pastel. ¿Resultado? Verde pastel. Las dos contentas. Las medidas me las tomé yo misma, algo que nunca se debe hacer. Por eso la parte de arriba me queda muy ceñida (que no mal, creo). Las medidas de la falda –que posteriormente me volvió a tomar una segunda persona– son perfectas. Precisión de relojera es lo que imprime esta Roberta con su aguja y dedal.
¿El precio de este séptimo vestido de la #RobertaFranceschetCoutureCollection? 50 euros más gastos de envío. ¿El valor real? Incalculable. Por un lado la pieza es única y a mi gusto; por el otro me resultó altamente satisfactorio poder ayudar a una artista a dar forma a su proyecto. Que no soy yo chica de moda, pero que a nadie le amarga un dulce y especialmente si le queda como un guante. Que está mal que lo diga yo, pero el vestido es precioso. Las cosas como son.
Participar en una iniciativa como la de Roberta me ha ayudado a valorar más el mundo de la moda y todo lo que se desarrolla a su alrededor, pero especialmente el esfuerzo y las horas de trabajo que lleva confeccionar una pieza. Si tienes curiosidad o si te apetece apostar por gente seria y talentosa con ganas de dar forma a sus proyectos, esta modista aún sigue buscando modelos-mecenas.
Para participar en el proyecto de Roberta Franceschet dale un me gusta a su página de Facebook (Roberta Franceschet Couture) y mándale un mensaje privado a través de ella. Dile que vas de mi parte, que tú como yo también quieres llevar el vestido más bonito del mundo. Estoy segura de que con gusto te hará uno que no te querrás quitar.
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