De como mi casera me enseñó a usar un hacha y a hacer fuego

La vida de alquiler está plagada de situaciones surrealistas, especialmente si alquilas en un país que no es el tuyo. Estas situaciones surrealistas pueden ser de distintos tipos. Las hay divertidas, raras, incómodas, agobiantes, molestas, entrañables, dramáticas. En realidad, una misma situación puede ser como uno quiera que sea porque, como el resto de las cosas de la vida, nuestra sensación depende de la actitud con que la afrontemos.

El caso es que estaba yo este domingo, mi primer domingo en Noruega, en mi pequeño hogar de alquiler. Es un apartamento ubicado en la planta baja de la casa de una familia noruega. Da directamente a un jardín y tiene vistas al río y a las montañas.

Skulestadmo, Voss (Noruega)

Es blanco y de madera, uno de los materiales más abundantes del país. Tiene una cocinilla, un baño con suelo caliente (le das a un botón y se calienta el suelo, ¡qué invento!), una cama doble con buen edredón, y un luminoso saloncito con chimenea. ¡Chimenea! Es la primera vez que alquilo un casa con chimenea. Este sitio no me gusta, me encanta. Me parece el apartamento más bonito del mundo.

Como decía, estaba yo este domingo en mi nuevo hogar cuando de repente tocó el timbre mi casera. Mi casera es una mujer joven, delgadita y habladora a quien le gusta tener todo curioso y cuidar el medioambiente. Está casada y tiene dos niños a los que aún casi no he visto. Me cae bien, parece muy simpática. Su marido también, y sus peques de dos y cuatro años me intrigan, aunque aún no me he encontrado oficialmente con ellos.

Mi casera venía a comprobar que todo estaba en orden, a cerrar los ultimos detalles de nuestro contrato y a preguntarme si necesitaba alguna cosa más. Es muy amable y educada. Le conté mi desastrosa experiencia fuego de la mañana que se resume en mi incapacidad para prender la chimenea a pesar de quemar troncos, papeles y básicamente todo lo inflamable que encontré a mi alrededor durante dos horas.

Voss (Noruega)

“No te preocupes, yo te enseño. Necesitamos maderas pequeñas. Hay que hacerlas con el hacha. ¿Sabes usar el hacha?”, preguntó. ¿Por qué iba yo a saber usar un hacha? ¿A caso tengo cara de leñadora? “Errrr… No”, contesté, “pero aprendo rápido”, dije animada. Por lo visto en Noruega, o por lo menos en la Noruega rural que tan de buena gana me ha acogido, los fuegos, las maderas y las hachas son algo común. Tan común como andar en bicicleta o aprender a leer. Cuestión de supervivencia, supongo.

MISIÓN MADERITAS

Mi casera y yo salimos del cuqui apartamento para pasar a un cobertizo tipo garaje. Allí tienen leños ya cortados, un hacha de buen tamaño y un tocón relativamente alto. Hacer maderas pequeñas es exáctamente como te lo estás imaginado: pones un tronco grande en el tocón y le atizas con el hacha todo lo fuerte que puedas. Repites, repites y repites hasta que consigues las preciadas maderitas pequeñas. Así de fácil y de complicado al mismo tiempo.

Partir un tronco no es tan sencillo como parece. De hecho, no es como en las películas que atizas y el tronco queda automáticamente partido sin que te despeines. Es más bien tronco se quedan enganchado a leño al primer golpe y, el segundo, lo das con leño y todo (osea, con el leño enganchado al hacha). Así hasta que lo partes y consigues las dichosas maderitas pequeñas, vitales para construir una estructura fueguil consistente. Véase que durante este proceso lo ideal es llevar camisa a cuadros, ayuda a meterse en el papel, sienta bien y es calientita.

Después de conseguir las dichosas maderitas, mi casera y su marido me enseñaron a hacer fuego. Al día siguiente, yo misma pude encender mi chimenea. Su tiro es mi nuevo gran amigo.

Y esta es la historia de cómo mi casera me enseñó a usar un hacha y a hacer fuego. Noruega, país rural. Esto promote cada vez más.

Mi primer fuego. Voss (Noruega)

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